Un concierto y una clase de historia
Cuando don Cristóbal Colón paso por las Palmas Canarias en su viaje hacia lo que el creía Las Indias se le coló en el barco el verso octosílabo y un ritmo para cantarlo. Puede llamarse marinera en el Perú, cueca en Chile o cualquier otra nominación en los distintos países de América. El verso se instaló en varias canciones tanto para festejar el amor como para cantar la rebeldía. Muchas no son conocidas ahora, o no lo suficiente.
Tampoco conocemos mucho sobre como la canción andina, el Harawi, se convirtió en criolla a partir del Yaraví. Conocemos los yaravíes de hoy, pero ¿Cómo eran los del siglo XIX?
Ricardo Palma nos habla de La Conga. La sitúa en 1867, año de la rebelión chiclayana de Balta contra Mariano Ignacio Prado. El propio tradicionista participó en ella y, por cierto, en la fiesta posterior ¿Cómo era la conga? Lo cierto es que no se parece en nada a lo que hoy llamamos criollismo. Palma nos dice que en esa fiesta había “Poco de piano y mucho de guitarra; nada de vals, polcas, dancitas ni cuadrillas; baile de la tierra, baile criollo, nacional purito”. El vals y la polca eran, todavía, bailes venidos de Europa que no habían pasado por el proceso de transformación cultural para llegar a lo que conocemos hoy.
Claro, esa transformación llegó. Como dice César Santa Cruz, se pasó del waltz al vals. Y no podemos hacer una revisión histórica sin incluir valses tanto de la Guardia Vieja como de Pinglo y su generación, por decir lo menos.
Así podría poner muchos ejemplos de temas de nuestra música que merecen un conocimiento mayor que el que tenemos. Felizmente tenemos investigadores que van tras esas pistas. Y no solo nos narran la historia, que tratándose de temas musicales sería insuficiente. Nos la cantan. Y a ese enorme trabajo se han dedicado los amigos de “Sabor del 900”. Tenemos que ir a escucharlos.