- Un libro necesario
El Instituto para la Investigación Social del Perú acaba de publicar un extenso libro, más de 1000 páginas escrito por un centenar de autores, que analiza a contracorriente la otra violencia, la del Estado. Al mismo tiempo, pone en cuestión las prácticas de persecución política penalizando el pensamiento divergente o simplemente tachando de terrorista al que discrepa para evitar un diálogo que se hace cada vez más urgente. Se trata de Violencia de Estado en el Perú que ha sido coordinado por Anouk Guiné, Mónica Cárdenas y Fabiola Escárzaga.
El “terruqueo” se puede aplicar a todo el mundo. Y no solo lo aplica la derecha, sino incluso la izquierda institucional. En un artículo publicado en La República José Carlos Agüero define esta práctica como un "instrumento simbólico de control" que “expulsa al denigrado del espacio legítimo de discusión”. El “terruqueo” se aplica contra líderes sociales o incluso organizaciones enteras como el gremio magisterial, la Coordinadora Nacional Unitaria de Lucha (CNUL) o el Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho (FREDEPA). La dirigente de este último, Rocío Leandro Melgar, actualmente presa, da cuenta de la estigmatización, criminalización y persecución a dirigentes sociales (pp. 925-928) y Gerardo Saravia estudia los casos de tres casos emblemáticos gobierno de Pedro Castillo: el exministro de Trabajo, Iber Maravi; el dirigente magisterial de Puno, César Tito Rojas y el expresidente del Concejo de Ministros, Guido Bellido (pp. 911-924). También sobre el FREDEPA hay un estudio de Morella Escalante Canchari (pp. 515-529) en que refuta, desde testimonios de los fundadores, que haya sido iniciativa de Guzmán la creación del Frente.
Para acabar con todas estas subjetividades, que hacen más daño que bien, es necesario tener una visión de conjunto del conflicto interno lo más imparcial posible. Por eso es importante escuchar todas las voces de los implicados. No solo de las víctimas de los grupos armados, como hasta ahora predomina, sino de las que lo son por la violencia de estado. Y esa es la primera virtud del libro que estamos comentando. Al principio (pp. 52-111) las víctimas entre 1980-2000 y al final del libro (963-1094) las de la Generación del Bicentenario. En medio de ellas una serie de estudios y reflexiones sobre la violencia de Estado y el accionar de SL y MRTA. Aunque en esos capítulos también podemos encontrar artículos que pueden ser considerados testimonio como los de María Huamán, Magno Ortega, Bertha Rojas, Justa Chuchon, Teófela Ochoa y otros. Hay quienes ocultan su identidad poniendo solo un nombre como “Zenobia” o “Mariana”. No estoy seguro de poner entre estos testimonios el artículo de la poeta cantuteña Claudia Rivas (339-341) sobre el asesinato de estudiantes y un profesor de esa casa de estudios. Entiendo que en la Universidad de Educación hay una memoria colectiva sobre este trágico episodio de 1992. Gayatric Spivak decía que el sujeto subalterno no puede expresarse porque en el momento en que se expresa deja de ser subalterno y se empodera.
Entrando a los estudios quiero dividirlos en tres categorías, que no responden necesariamente a los capítulos en que el comité editorial ha organizado el libro: 1) los referidos a las políticas de Estado de gobierno o al accionar partidario de SL; 2) las alusivas a sectores sociales; 3) las que se enfocan en procesos y políticas culturales. La presente reseña sería interminable si diera cuenta del centenar de ponencias por lo que elegiré algunas que me parecen representativas del conjunto.
El análisis de las políticas de gobierno me parece que es el rubro más importante ´porque es ahí que se puede establecer la validez del título del libro: “Violencia de Estado en el Perú”. En este aspecto, en la primera parte (1980-2000) destaca el de Héctor Béjar (pp. 235-246) que luego de hacer un recuento del terrorismo en el Perú que incluye los actos del APRA en el primer tercio del siglo XX y los de la Marina de Guerra en la década del 60 cuestiona la legitimidad del Estado a la que entiende como “autoridad moral y aceptación de la ciudadanía”. Siendo tan ilegítimos una y otra de las partes en conflicto Béjar considera que debe llamarse “guerra civil” y que debe pasarse a un nuevo momento en que es “la ciudadanía peruana la que debe tutelar a las fuerzas armadas, a quien paga para defender a los ciudadanos y ciudadanas y no para someterlos”.
Esta visión de dos fuerzas enfrentadas ajenas ambas a la sociedad civil, si bien parte de una premisa correcta (las fuerzas armadas como un ente extraño) en verdad repite lo propuesto por el peronismo argentino, sobre todo por el presidente Alfonsin. Estudiosos argentinos, como Emilio Crenzel o Marina Franco han discutido esa tesis a la luz del informe Nunca más que pone en cuestión el carácter diferenciado de las Fuerzas Armadas que, por ser parte del Estado, tiene responsabilidades mayores. En el citado informe se establece la diferencia cualitativa entre el sistema estatal de desaparición y la violencia “terrorista” e identifica de forma exclusiva, el crimen de Estado y a sus perpetradores. Retomando sobre todo las ideas de Franco, Silvio Rendón (861-868) nos habla del “triunfo del terrorismo de Estado en el Perú” por el protagonismo que tiene el fujimorismo y su capacidad de establecer dictaduras congresales frente a los presidentes electos. “A medida que se fortalece el fujimorismo lo que había de democracia peruana se hunde en una crisis institucional” señala Rendón.
En lo que se refiere a sectores sociales afectados por la violencia estatal podemos distinguir el caso de dos universidades: San Marcos (Rodrigo Palao, pp. 324-338) y Cantuta (Claudia Rivas pp. 339-344). En torno a las practicas contra mujeres y disidencias sexuales se agrupan varios testimonios y tres estudios importantes: el de la violencia sexual (Rocío Silva Santisteban pp. 345-360); las esterilizaciones forzadas (Alejandra Ballón, pp. 372-387) y el asesinato de disidencias sexuales en el Callao por parte de los grupos armados y de la Marina de Guerra (Sandra Díaz 395-411). El artículo de Ballón resulta interesante porque hasta ahora se había considerado las esterilizaciones como atentado contra los derecho de las mujeres, pero ahora añade el componente de que, además, fue una "estrategia contra subversiva en el Conflicto Armado Interno".
Por último, en lo referido al movimiento campesino hay 7 artículos que nos hablan de la relación entre este sector social y los grupos armados. En ellos se narra los procesos de lucha entre las tomas de tierras en Andahuaylas de 1969 hasta su relación con Sendero Luminoso veinte años después. Hay que señalar que el campo peruano siempre fue violento. Si bien Lu Mahatma Ramos (pp. 447-462) relaciona las tomas de tierras de los años 69-80 con el levantamiento de arrendires de Cuzco en 1958 podemos decir que la historia del Perú es la de las luchas campesinas. Esto está relacionado con la forma en que se construyó nuestra República a favor de los que Vizcardo y Guzmán llama “españoles americanos” y de espalda a los pueblos originarios.
La relación entre arte y violencia abarca casi todas las expresiones artísticas. Esto tiene que ver con la política cultural de SL que era más directo que la izquierda parlamentaria y que desarrollo una serie de prácticas culturales en los barrios pobres de Lima: obras teatrales, danza, música, como nos narra Guillermo Ruiz Torres (pp. 577-592). Pero también con otras expresiones populares como los grupos de rock ayacuchanos (Franz Huamanchau pp. 593-599) que a través de sus canciones expresaban su rechazo tanto al gobierno como a los grupos alzados en armas por lo que sufrieron la represión policial. En general no era posible en ese entonces ser indiferente al conflicto armado dentro del que teníamos que vivir. Inclusive expresiones ancestrales como los retablos ayacuchanos (Ernesto Toledo, pp. 622-640) o los mates burilados huancas (Roberto Salazar pp. 640-659) cambiaron de temática para manifestar la preocupación que todos teníamos o tomar posición en uno u otro lado del conflicto.
Por cierto, la literatura también tiene que dar cuenta del conflicto interno. Mónica Cárdenas da cuenta de las novelas hegemónicas, escritas por varones pertenecientes al circuito internacional (Mario Vargas, Alonso Cueto, Iván Thays) en que se establece una dicotomía entre un mundo andino salvaje frente a la civilizada costa. Frente a ellas en el libro que comentamos se estudia tres novelas escritas por mujeres y con una perspectiva distinta, El otoño del viento de Karina Pacheco (Mónica Cardenas, pp. 693-706); Danza entre cenizas de Fabiola Pinel (Silvia Postigo, 706-718 y Erika Almenara y Rocío Ferreira 719-728) y Condenado al infierno de Doris Castillo Gamboa (Mark Cox, 729-734). También se dedica un artículo a escritos no ficcionales de mujeres prisioneras de Sendero Luminoso (Anouk Guiné, pp. 767-795).
Como vemos es un libro que resulta imprescindible para intentar entendernos un poco, para cerrar heridas y ubicarnos, como el mismo libro dice, más allá de la dicotomía victima/victimario. No me queda más que felicitar al equipo editorial y al Instituto para la Investigación Social del Perú por el enorme esfuerzo y por publicar un libro valiente en un momento particularmente difícil para nuestro país.
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BIBLIOGRAFÍA
José Carlos Agüero "El terruqueo" en La República 22 de junio del 2019 https://larepublica.pe/politica/2019/06/22/el-terruqueo
Emilio Crenzel "El prólogo del Nunca más y la teoría de los dos demonios. Reflexiones sobre una representación de la violencia política en la Argentina" en https://bibliotecavirtual.unl.edu.ar/publicaciones/index.php/Contenciosa/article/view/5045/7686
Marina Franco "La teoria de los dos demonios: un símbolo de la posdictadura en la Argentina" en https://ri.conicet.gov.ar/bitstream/handle/11336/34129/CONICET_Digital_Nro.2e287f0f-8311-40a3-861d-ca6f78a25e59_A.pdf?sequence=2
Publicado: 2024-11-29
Escrito por
Anticapitalistas
Espacio de lucha y reflexión